28 de agosto de 2017

Saber cuidar

TRAS EL ESTRENO de la película María (y los demás) he asistido a muchos coloquios en diferentes ciudades. En todos ellos es habitual que alguna mujer del público muestre su sorpresa, algunas veces incluso enfado, ante un filme con un personaje femenino, a su parecer, más propio del siglo pasado que de éste.

El largometraje es un retrato agridulce de una treintañera en crisis (Bárbara Lennie) que, debido a las circunstancias y a su forma de ser, ha terminado por atender a su padre enfermo hasta el punto de estancarse en ese rol y convertir esa labor en una excusa para no cuidar de sí misma.

A determinadas espectadoras parece que les moleste que una mujer joven decida hablar sobre otra mujer, también joven, que vela por otros. Como si sintieran que vincular a la mujer con ese acto responde a un referente anticuado. Como si ocuparse de los demás ya no tuviera que formar parte de la realidad femenina. Hay otras espectadoras, sin embargo, que reivindican con orgullo nuestra capacidad –mayor que la del hombre, dicen– para cuidar del otro.

Es innegable que durante mucho tiempo estas tareas han sido prácticamente exclusivas de las mujeres. Ellas, en la invisibilidad de la esfera doméstica y privada, eran las encargadas de cuidar de los demás. Pero no creo que debamos considerar esta capacidad una cuestión de género y mucho menos asumir ese papel solo por ser mujeres. Comparto el rechazo a perpetuar ese vínculo entre mujer y cuidadora, pero creo que reivindicar la igualdad no implica desmerecer el hecho.

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